Y el Señor le oyó y lo libró de todas sus angustias.

Salmos 34:6

Es invierno, y en Cauquenes del año 1995, llueve impetuosamente. El viento golpea y envuelve la casa. Los ciruelos (ya sin hojas) se agitan y rozan las ventanas, como dando cuenta de su existencia. De momentos, parece que la techumbre “saldrá volando” como cualquier hojarasca caduca.

Pero dentro de casa, pasa lo contrario. Rodeando   el comedor  de coligües, estamos como familia. No hay televisor ni radio en este espacio, solo las voces de niños y adultos.

Es probable que estemos sentados cerca del brasero, y sobre su parrilla, la tetera y algunos panes, van restituyendo los que han sido consumidos.

De pronto, uno de mis hermanos pregunta:

  • Papi, qué pasa si se corta la luz. Mi padre responde con total calma:
  • Bueno, encendemos una vela y nos acostamos. (Mientras toma un sorbo de café)

Su respuesta, sencilla y al punto, dejó algo. Tranquilidad, serenidad, templanza en medio de la tormenta.

Alguien está ahí para hacer por nosotros, lo que no podemos o no nos atrevemos.

Y hoy, mientras escribo esta meditación, pienso las innumerables veces que el temor, y otras inseguridades, era sosegado por la voz de mi padre.

Apreciados miembros del CADEC.

Claro que es natural sentir estas cuestiones, pero también – para nosotros que creemos- es natural llenar los pulmones de aire, y dejar caer el cuerpo. Sabiendo que la pura voz de nuestro Padre nos sostendrá.

Nuestro Padre que está en el cielo, aquel que con su voz creo todo, aquel que con su voz aplacó el mar tormentoso, aquel que con voz de arcángel descenderá del cielo, ha prometido estar y sostenernos siempre, pero especialmente en aquellos momentos en los que no podemos o no nos atrevamos a continuar.

Hoy, al comenzar este fin de semana especial, en el que rememoraremos el sacrificio de Cristo, dediquemos un momento para oír la voz de nuestro Padre.

Felix Jara Retamal
Director
Colegio Adventista de Concepción

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